lunes, 22 de agosto de 2016

Una mirada a la actualidad del cine colombiano

Entrevista a Manuel Kalmanovitz: El crítico de Semana y director de la revista Matera dice en una reseña reciente sobre 45 años, de Andrew Haigh: “En medio de una cartelera inundada por adolescentes que actúan con abandono, como si la vida no valiera nada, es refrescante encontrarse con problemas de adultos mayores que ven que la vida pasa dejando […]

El crítico de Semana y director de la revista Matera dice en una reseña reciente sobre 45 años, de Andrew Haigh: “En medio de una cartelera inundada por adolescentes que actúan con abandono, como si la vida no valiera nada, es refrescante encontrarse con problemas de adultos mayores que ven que la vida pasa dejando una estela con tanto de amargo como de dulce”. La aseveración de Manuel Kalmanovitz es pertinente y tiene implicancias directas sobre el tipo de representaciones dominantes en el cine latinoamericano contemporáneo. Los jóvenes cineastas parecen elegir siempre contar historias que les resulten cercanas y entonces filman a su propia generación.

Kalmanovitz escribe con regularidad, lo que funciona inevitablemente como un acicate para la sensibilidad e inteligencia del crítico, que debe pensar su propia práctica en tiempo presente. ¿Qué puede decir entonces Kalmanovitz sobre la actualidad del cine colombiano? ¿Qué tiene para decir la crítica de cine frente al crecimiento y reconocimiento del cine vernáculo?

Otros Cines: Dos películas muy distintas como El abrazo de la serpiente y Todo comenzó por el fin vienen de recibir premios, viajar por festivales y han tenido en Colombia una aceptación de público más que relevante. ¿Qué quiere decir esto en el contexto del cine colombiano?

Manuel Kalmanovitz: Me parece que son casos muy diferentes, en parte porque los reconocimientos que han recibido son muy diferentes. La de Ospina es una película que resuena sobre todo en festivales y entre cinéfilos dedicados, mientras que la nominación al Oscar para El abrazo de la serpiente tiene connotaciones más amplias. Pero el cine colombiano a nivel local sigue teniendo un problema para encontrarse con su público. El triunfo de la película de Ospina es muy relativo (lleva varios meses llenando funciones, pero en un teatro bastante pequeño. En los teatros de cadena se presentó en funciones especiales durante un par de fines de semanas, también con buenos resultados dentro de ese circuito tan reducido). La nominación del Oscar para El abrazo… sí significó un aumento considerable de público y eso demuestra que, como sucede tan a menudo en países periféricos, a las audiencias locales les cuesta trabajo encontrar valor o interés en sus expresiones artísticas si no hay una validación externa que lo justifique. Es una situación extremadamente deprimente.

O.C.: Ciro Guerra y Luis Ospina son directores muy distintos y pertenecen a dos generaciones diferentes. Son, al mismo tiempo, dos autores ostensibles. ¿Quiénes son los autores del cine colombiano de hoy? Por otra parte, ¿qué directores del pasado deberíamos revisar o redescubrir?

M.K.: Si hablamos de autores en el sentido de que tienen unas marcas estilísticas o temáticas en sus películas, habría que hablar del productor y guionista Dago García, que hace películas muy populares en el país y que no tienen ninguna resonancia en los circuitos de festivales. Aunque sus películas son filmadas por una cantidad de directores variados, todas tienen en común ser comedias que tienden a lo costumbrista, formalmente conservadoras (es decir televisivas), con muchos estereotipos regionales y con un sentido del humor que tiende a lo escatológico y lo evidente. Es una figura muy interesante por hacer un cine alejado de los vientos globales que soplan con tanta fuerza en la actualidad, desvergonzadamente provinciano, que logra cada fin de año conectarse con su audiencia y superando siempre el millón de espectadores. ¿Otros autores? Víctor Gaviria, que ha hecho muy pocas películas aunque cada una de ellas es una joya humana y aguda sobre los horrores cotidianos de su Medellín natal. Luego hay realizadores jóvenes a quienes considerar autores (en el sentido que usaba Andrew Sarris o los críticos de Cahiers du Cinéma) sería un poco prematuro. Pero sí hay gente como Óscar Ruiz Navia (Los hongos), César Augusto Acevedo (La tierra y la sombra), Juan Sebastián Mesa (Los nadie) o Franco Lolli (Gente de bien) que hace un cine formalmente innovador que se hace preguntas muy ricas sobre la realidad que vivimos.

O.C.: ¿Existe un cine industrial colombiano?

M.K.:Sería el que hace Dago García, de quien hablé en la pregunta anterior.

O.C.: Es evidente que el Festival Internacional de Cine de Cartagena viene dando un cambio de dirección sin dejar a su vez de respetar su tradición; es el festival colombiano más conocido a nivel internacional aunque sabemos que hay otros. ¿Qué rol juegan los festivales locales en la constitución de una cultura cinematográfica colombiana?

M.K.: El Festival de Cartagena se ha expandido con el tiempo y ahora tiene toda una serie de laboratorios y actividades paralelas que han servido para alimentar a toda esta nueva generación de cineastas, poniéndolos en contacto con colegas y posibles distribuidores de sus películas en otras latitudes. En todo esto hay un riesgo y es que pase con el festival lo que ha ocurrido con Sundance en Estados Unidos: que se cree una especie de plantilla o patrón general que repiten incesantemente decenas de películas. Está también el riesgo de lo global, de entrar a ese circuito de festivales mundiales de películas sin diálogos y meditabundas que pueden pasar en Lima, Estambul o Colombia sin que haya ninguna diferencia real. En el pasado, cuando ver cosas era muy complicado, los festivales tenían un rol fundamental para nutrir al público local. Pero esa labor, con internet, ya no es tan clara. Y quizás en respuesta a ese viraje, los festivales además de ser para quienes quieren ver cine se perfilan como puntos de encuentro de realizadores con productores y distribuidores.

O.C.:¿ Cómo observa usted la Semana del Cine Colombiano, en donde 55 títulos variados van recorriendo distintos municipios de Colombia a lo largo de una semana? Este encomiable emprendimiento parece responder a un problema: la ausencia de salas. Hay indicios de que existen algunos espacios alternativos, como los cines Tonalá.

M.K.: No es que falten salas, lo que pasa es que están inundadas de películas de Estados Unidos con las que una película nacional no tienen ninguna esperanza de competir. Los cineastas hablan de establecer alguna ley de cuotas, que obligue a los teatros a tener algún porcentaje de películas nacionales en las salas, pero no se ha implementado. Pero es un problema que se muerde la cola: los exhibidores no presten salas para el cine nacional porque el cine nacional no le llama la atención al público. Y no está claro qué tanto cambie esa falta de curiosidad (¿o de fe? ¿o de esperanza?) tener salas dedicadas al cine colombiano.

O.C.: ¿Cómo ve, en el contexto del cine colombiano actual, el lugar de la crítica cinematográfica?

M.K.: La crítica en Colombia, como en el resto del mundo, está en crisis. Las figuras de autoridad con las que crecimos han sido reemplazadas por las calificaciones y recomendaciones amorfas y logarítmicas de la red. Aunque es posible hacerle reparos al poder de los críticos, creo que estamos viendo lo que pasa cuando en vez de críticos la conversación se lleva a cabo por publicistas, que quieren empujar su mercancía sin que se les cuestione nada. El resultado de tantas voces, que se promocionó en algún momento como un enriquecimiento, ha resultado ser más bien lo contrario: un empobrecimiento radical del pensamiento y de las discusiones en torno al cine.

O.C.:Una gran cantidad de estudiantes colombianos suelen elegir la Universidad del Cine (FUC) en Argentina para hacer sus estudios, por citar un ejemplo; el número de estudiantes colombianos es importante en esa prestigiosa escuela privada. ¿En qué situación están las universidades o escuelas de cine en Colombia?

M.K.: En Colombia hay también algunas escuelas prestigiosas (la de la Universidad Nacional en Bogotá o la de Comunicación de la Universidad del Valle), pero me parece positivo que la gente salga a formarse y traiga consigo esas otras formas de ver para, partiendo de ellas, ayudarnos a todos a entendernos mejor. Ahí también está el riesgo de la globalización y de que terminemos haciendo películas sosas para el mercado de cine arte internacional más promedio. Pero no sé, soy optimista y creo que mientras más cultura visual tenga la gente también lograrán ver con más complejidades esto que nos rodea.

O.C.: ¿Cómo observa el rol del Estado en la producción de los cineastas colombianos?

M.K.: Todas las películas que se estrenan acá tienen apoyo estatal. Sin excepción. Habría que pensar cómo se relacionan esos incentivos estatales con la recepción tan tibia de las películas. Acá hay un montón de asuntos a considerar que son muy difíciles de navegar. ¿Qué clase de cine queremos que haya? ¿El cine de festivales que por razones temáticas o estilísticas la mayoría de la gente no tiene ningún interés en ver? ¿O cine popular que piense que “nunca nadie se ha quebrado subvalorando la inteligencia del público”? Pero la cosa no es en blanco y negro, y entre estas dos categorías hay toda una gama de posibilidades que muchas películas nacionales intentan explorar. Igual, no sé. A veces después de salir de otra película colombiana con un guión débil, difícil de entender, regularmente actuada, pretenciosa pero estereotipada, me encuentro preguntándome si la plata del Estado que se gastó en eso no habría estado mejor invertida en unos columpios para un parque de barrio. Y luego me encuentro pensando, bueno, de pronto en un diálogo con estas películas tan regulares, ya sea en reacción o en exasperación a ellas, puede salir algo que de verdad nos permita entender mejor este mundo en el que vivimos. Y pues si eso pasa todo lo demás valdría la pena y ese apoyo estatal tendría sentido.

Fuente: http://www.retinalatina.org/

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